La política pisa terreno cuando irrumpe en los bares, satura la cola del carnicero y monopoliza las cenas familiares. La verdadera disputa electoral reside ahí, en los discursos simples pero eficaces, en los ganchos populistas pero a la vez cargados de lógica.
En los últimos cuatro años la noción de política se ha ampliado tanto que todo aquel que quiera ser elegido debe batirse en duelo en ámbitos no-formales, fuera de argumentarios manidos y tecnicismo que desde la academia y la consultoría enlatan las elecciones.
Por mucho que haya mil teorías en torno a las corbatas más adecuadas con las que embelesar al electorado el candidato queda desnudo en la cola de la frutería. Entre kilos de naranjas y calabacines para el puré está la verdadera realidad de quien es cercano y quien aparenta serlo.
Sólo ahí mueren los asesores, los amigos asalariados, los círculos de estrecha confianza, las estrategias y sus teorías. Pisar terreno no es visitar mercadillos o repartir paella. La cercanía es saberse, desde la experiencia y a pié de calle, que verdura de temporada es la adecuada para el puré del 20-D.